La curiosidad rompe el ciclo

about 5 years ago


El primer impulso cuando no tenemos mucho que hacer es hacer una actividad conocida. Creo que ese comportamiento es interesante prestarle atención.

Cuando haces una tarea a la que estás habituado/a, el estrés y el esfuerzo que se realiza es mínimo: el cuerpo tiende a ese estado de desinterés en el tiempo que no hay motivación para hacer una actividad más ardua. Además de la disminución de esfuerzo, hay que añadir la dimensión del pensar, es decir, cuando es necesario pensar qué hacer requiere plantearse mentalmente un conjunto de opciones. Una vez tenemos en mente esas opciones, debemos simular qué opción es la mejor, cuál requiere menos esfuerzo, cuál nos aporta más, etc.

Pensar resulta una tarea ardua.

Por otro lado, un panorama cierto es preferible a uno incierto. Por naturaleza tendemos a huir de la incertidumbre por instinto, ya que podría matarnos en el peor de los casos. Por esa razón, cuando tenemos sobre la mesa dos opciones y una de ellas es conocida, en la mayoría de los casos escogeremos la conocida. La pregunta que surge ahora es,

¿Bajo que razón elegimos la incertidumbre?

Si eres de las personas que son curiosas por naturaleza, lo conocido te resultará estimulante al principio, después te aburrirá; conoces que A conduce a B, repetir el ciclo una y otra vez es una completa agonía. La razón en este caso es la curiosidad.

Una muchedumbre de nuevos estímulos son suficientes para mantener nuestro miedo, a lo desconocido, a raya… ¿o no?

Podemos pensar que la curiosidad es innata, pero mirando a nuestro alrededor vemos a personas que no la tienen.

La causa que inicia la curiosidad

Hay una razón por la que nos levantarnos todos los días de la cama. Al igual que hay una razón por la que nos alimentamos, aunque ésta sea demasiado obvia.

Ya que hay un sin fin de causas para cada persona, resulta imposible describirlas todas; por ello nos centraremos en la raíz.

Para describir la causa madre, me gustaría partir de una premisa: no estamos aislados.

En el momento en el que nos aproximamos a la incertidumbre, crecemos como persona. Todo lo que crezcamos carece de sentido si no lo compartimos.

Por ejemplo, imaginemos que estamos aprendiendo a escribir cartas de manera formal. Lo primero que hacemos es preguntar a nuestros contactos.

No hemos encontrado respuesta y buscamos en internet y ¡Bingo!; hemos encontrado un sitio web donde nos explican paso a paso cómo hacerlo.

Éste/a gran samaritano/a que ha compartido su conocimiento, tal vez tuvo que hacer el esfuerzo de aprenderlo desde cero. Ahora lo comparte, minimizando el tiempo que tiene que invertir otra persona en aprenderlo.

Retomando la premisa: sabiendo que formamos una red de contactos, (entre los que se hayan familiares, amigos, conocidos y personas con las que rara vez hablamos) al mantener nuestro crecimiento latente y compartiéndolo en nuestra red, ayudamos a construir una red más fuerte.


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